Vivimos en una sociedad que tiene miedo a parar. Nos obligamos a vivir en una constante aceleración, si no es trabajando, haciendo planes, como si temiéramos que la rueda un día deje de girar. Corremos sin descanso dentro de ella: la rueda siempre está en marcha y nosotros siempre en el mismo lugar.
La crisis sanitaria nos ha obligado a detenernos. Nos ha llevado a una situación excepcional que está mostrando, con más claridad que nunca, tanto los puntos fuertes como los débiles de nuestra sociedad. La crisis no ha cambiado el mundo, pero ha acelerado las tendencias anteriores, y ha influido en nuestra manera de mirarlo. Si ya antes éramos muchos quienes reivindicábamos un cambio de modelo, parece que ahora casi nadie niega la necesidad de que algo cambie. Hay quienes hablan de una “reconstrucción” social y económica, y los hay quienes se refieren a “resetear”.
Es evidente que necesitamos una reconstrucción, pero ¿en manos de quién debe estar esta tarea? La gestión del estado de alarma ha puesto de manifiesto la debilidad de nuestro autogobierno. Los Estados han utilizado la crisis para implementar medidas centralizadoras e intentar demostrar que los Gobiernos centrales son quienes deben responder ante las situaciones más graves. En una situación de normalidad, somos capaces de gestionar nuestros sistemas de salud desde Euskal Herria, pero, por lo visto, ante una pandemia, no; entonces es mejor establecer el mando único desde Madrid y París. Dicen que el virus no entiende de fronteras… salvo aquellas como la que separa Irun y Hendaia.
Para dar respuesta a las crisis globales, precisamos, además de la cooperación internacional, de medidas locales, ya que cuanto más cerca de la ciudadanía se toman las decisiones y, sobre todo, cuanto mayor sea su participación, mejor se adaptarán a nuestras vidas. Por ello, es incomprensible que nuestras instituciones públicas no hayan fomentado la colaboración con agentes de diferentes ámbitos, y resulta preocupante la falta de acuerdo político ante la gravedad de la situación. La incapacidad para responder a esta crisis como país ha evidenciado la necesidad de avanzar hacia un modelo de gobernanza más democrático.
Un modelo en construcción que sin duda impulsaremos entre muchas y muchos. Debemos partir de una premisa clara: la sociedad debe ser parte de los procesos de decisión. Y para ello, es importante tener en cuenta, entre otros, a quienes representan a empresas y trabajadores, a los agentes sociales o a la comunidad académico-científica, y siempre que sea posible, claro está, a la ciudadanía. Cuando las decisiones son compartidas, suelen ser más adecuadas, y por tanto, más efectivas.
Tenemos mucho que reconstruir, y podemos tener prisa en volver a ponernos en marcha, pero no confundamos la reconstrucción social y económica con la vuelta a la rueda, con la vuelta al sistema anterior; y es que volver al pasado no tiene futuro. Unos querrán cambiar esta situación, justamente, para profundizar en las tendencias pasadas, otros querrán cambiarlo todo para que nada cambie. Nuestra percepción es que somos cada vez más quienes reivindicamos un profundo cambio.
Por mucho que nos preguntemos cómo va a cambiar el mundo después del Covid19, el riesgo de pasar a una nueva normalidad que se parezca demasiado al pasado es alto si nos quedamos a la espera de lo que pueda suceder. Las crisis no abren oportunidades por sí solas, poder tomar nuestras propias decisiones, sí.
Durante estas semanas, Gure Esku está organizando las charlas digitales Para. Reflexiona. Decide, con el fin de aprovechar este punto de inflexión para comenzar a visualizar las nuevas bases sobre las que queremos asentar nuestro futuro. A pesar de proceder de distintos sectores y disciplinas, los y las ponentes han coincidido en una serie de ideas que ya estaban sobre la mesa anteriormente: el propio sistema está en crisis, y hacen falta cambios profundos para garantizar vidas dignas para todos y todas; y debemos afrontar esta crisis aquí y conjuntamente, actuando como país.
Para hacer posible esta respuesta de país, necesitamos, al menos, dos pilares: encauzar un debate ciudadano que nos permita consensuar entre todas y todos hacia dónde queremos dirigirnos, y pensar cómo vamos a dotarnos de los instrumentos de decisión para avanzar en ese camino; y que los y las ciudadanas y nuestras reivindicaciones recuperemos las calles.
Queremos una reconstrucción. Pero que sea una reconstrucción ciudadana.